18.7.09

SEGURIDAD Y POBREZA TRAS LOS MUROS


¿Se resuelve el problema de la inseguridad construyendo muros?

Tengo una hipótesis: los argentinos no somos tan vivos como creemos… qué novedad, dirá Usted, pero no se si se trata realmente de un defecto, somos menos vivos porque quizás somos demasiado crédulos. La capacidad de creer (y volver a creer) es un divino talento, el problema es que muchos utilizan esta inclinación con fines un tanto despóticos.

Carlos Menem, Presidente de los Argentinos en la década del 90, por tomar un caso, creyó, o nos quiso hacer creer, que las inundaciones podían evitarse construyendo un gran muro a lo largo de la costa atlántica, no recuerdo de qué magnitud, pero con 10 metros de argumentos hubiese bastado para entrar en el Guiness de los absurdos.


Hace algunos meses el Intendente de San Isidro en Buenos Aires, Gustavo Posse, suspendió la construcción del Muro de la Seguridad, 240 metros a pura utopía entre el espanto y la urticaria que producen “los cabezas”. Después de las críticas sufridas y la intervención tibia de la justicia, el proyecto debió paralizarse en primera instancia.

La idea, según sus ideólogos, era la de dividir sectores sociales a partir de sus acumulaciones materiales y vocaciones delictivas, los de guantes blancos de un lado, los del paco del otro.


Dos extractos de una nota en Diario Perfil:

“De todos modos, y como lo había hecho Posse durante todo el día, la municipalidad volvió a defender el emplazamiento, ya que "constituye una de las diversas maneras que este municipio, junto a los foros de seguridad y organizaciones no gubernamentales han ideado, en función a proteger la vida y bienes de nuestras familias". "De modo alguno se ha pretendido fragmentar y dividir, sino antes bien contener y proteger a todos los habitantes de este Partido, que es una síntesis social del país, ya que está compuesto por todos los niveles socioeconómicos", señaló el documento. Y agregó: "De hecho, el lugar en que se ha generado discordia está habitado por familias de origen humilde, castigadas por una delincuencia que en más de un 80% proviene de sitios lejanos".

Pero no hay primicia alguna en todo este asunto, ya en el año 1958 el Director Lucas Demare lo contó con mucha sensibilidad en uno de sus más encumbrados films: Detrás de un lago muro.

Dice Domingo Di Nubila:

“Así tituló Lucas Demare su film testimonial estrenado en 1958, uno de los éxitos del cine argentino en ese año. La película documentó cómo el abandono en que el peronismo dejó al campo impulsó a verdaderas oleadas humanas hacia Buenos Aires, donde la falta de vivienda las obligó a instalarse en sórdidos barrios de emergencia, sufrir la privación de necesidades elementales y estar próximas a semillas de corrupción y crimen”. (Historia del cine argentino, T. II)


El desafío, al menos en el planteo de la película, era evitar que los turistas que arribaban al aeropuerto internacional con destino Capital Federal fueran testigos del estado de indigencia en que vivía gran parte de la población bonaerense, especie de sordina visual a favor de una menor contaminación paisajística. Por lo visto, las prácticas divisorias estuvieron a la orden del día a lo largo y ancho de la historia argentina, incluso, como afirma José Miguel Onaindia (Columnista del diario Perfil):

“…en Argentina como en el tango “la historia vuelve a repetirse”. Salvo que en la canción retornan “el amor y la lluvia”; en el país, la misma obstinación por violar derechos humanos fundamentales y el desconocimiento de muchos políticos de lo que sucedió y se hizo en períodos gobernados por sus propios líderes y partido. Esconder la indigencia con la construcción de una pared, levantar fortalezas como forma de combatir la inseguridad son métodos medioevales que atentan contra el derecho a la igualdad. La discriminación es uno de los problemas que más afecta a las sociedades contemporáneas y es obligación de toda política pública combatirla y erradicarla. Nadie desconoce que la inseguridad es un fenómeno social que preocupa y causa víctimas cotidianas en la Argentina actual, afectando el derecho a la vida. Desde hace años no hay políticas de Estado eficientes para combatirla y atacar las causas esenciales que la provocan. Construir un muro para preservar la seguridad de un grupo de vecinos no resiste el menor análisis y el repudio social que recibió hizo manifiesto ese rechazo. Esta triste anécdota, sumada a otros continuos y menos difundidos episodios, construye el drama social que protagonizamos millones de argentinos y destaca la dificultad que la diferencia entre los diversos individuos y grupos que integran nuestra sociedad ocasiona a nuestra convivencia cotidiana”.


La fragmentación y la división social, cualquiera sea su tipo, tiende a profundizar la lejanía del otro y esto, lejos de disolver los conflictos sociales, los potencia. El desconocimiento , la ajenidad del semejante conduce progresivamente a la desigualdad, en un marco de asimetría y rechazo social el otro puede volverse una amenaza para mi integridad física y espiritual, es potencialmente peligroso. Más crece el miedo, más puede justificarse la necesidad de una policía efectiva e intolerante. Los discursos paranoicos proliferan en boca de referentes sociales, de políticos y de intelectuales de diversa procedencia.

Una sociedad dividida por el terror y las diferencias sociales, basadas en la desigualdad, no es menos que un objeto propicio para ejercer tecnocracias de exclusión, evitando el tratamiento de políticas y proyectos políticos sustentables en el largo plazo. El discurso de la paranoia ve enemigos donde no los hay, especula con teorías de la auto-protección y muchas veces produce autodefensas más brutales que los ataques recibidos.

Pero la pobreza y la violencia no son más que productos emergentes de una sociedad que las produce en la misma medida en que pretende erradicarlas. Lo curioso, es creer que extirpando una verruga sanaremos un virus que se aloja en la sangre, extirparla o disimularla con una curita (un muro).


MUROS EN FORMA DE BARRIOS PRIVADOS


La planificación urbana acompaña este proceso de fragmentación social. Mientras otras ciudades del mundo consideran que la sustentabilidad en materia de ecología humana radica en la construcción de inmensos espacios públicos, lugares donde los habitantes convivan en la diversidad y alejen los fantasmas de un otro insidioso, en Argentina, con mirada veloz, se desarrollan urbanizaciones sin otro interés que el aislamiento de sectores pudientes y la venta de lotes que prometen tranquilidad y seguridad, haciendo cada día más profunda la brecha que separa a los distintos sectores sociales que distinguen el país; en ese marco, obviamente, no habrá más codificación que la violencia y más justificación que la tolerancia cero (Con esta postura no negamos la intolerancia de la delincuencia; sólo que no deberíamos mezclar causas con consecuencias).


UNA SABIDURÍA QUE NOS HACE PENSAR

Hace unos días una persona nos decía que la Gripe A era una forma de equilibrar el exceso poblacional, ¡Gracias a Dios ya no hay Guerras! -sentenció nuestro conductor. Bueno –se corrigió-, sólo quedan esos terroristas que no están conformes con nada, habría que tirarles una atómica así se dejan de joder, porque viste como es, si te buscan y te atacan se la tenés que dar.

Le dimos a él... pero nuestro parecer, no obstante, carece de relevancia entrar en detalles. Sin dudas, nos hizo reflexionar.

Es difícil saber quién pegó el primer golpe, encontrar el primer eslabón en una cadena de violencia. Como en la vecindad del Chavo. El pobre Chavito recibía los coscorrones de Don Ramón, pero el miserable Don Ramón los recibía de Doña Florinda… pero… ¡Qué bronca que nos daba doña Florinda! Aunque si lo pensamos un minuto, la pobre Florinda también tenía sus dolores. El gobierno envió a su esposo a una guerra absurda de la que no había vuelto, dejándola sola, a ella y a Quico. Probablemente el padre de Quico sufría lo suyo, y el chavo, fin de la cadena, no pocas veces se desquitaba con Ñoño (¿fin de la candena?).

Este ejemplo cotidiano y universal, bien se aplica a la justificación de la violencia, cuando se piensa en los actos delictivos no puede no pensarse en la violencia de sectores que ejercen la discriminación o la explotación… pero… ¿cuándo se termina todo esto, o dónde se inicia?

En ese punto nos pareció brillante esta idea heredada por Jesús en oído de sus discípulos: Poner la otra mejilla, lejos de caer en cristianismos, misticismos o discursos mesiánicos, nos suena interesante ver que la única manera de lograr que una cadena de golpes cese es que alguno de sus eslabones no devuelva o traslade el cachetazo, simplemente lo absorba, y no para ganarse el cielo, o resignarse a vivir en la forma en que se vive, sino como paso ético, una ética que funde algún tipo de valor terrenal y civil. En todo caso, esto debería ser factible en el marco de una sociedad democrática cuyos poderes desempeñen el papel para el que fueron concebidos, especialmente aquellos encargados de la justicia de derecho, pues es lo único que debería garantizar que no surja un segundo golpe desde el mismo eslabón.


Yendo más atrás en la historia, encontramos en los griegos una forma de derecho arcaico basado en el ajuste de cuentas. Si dos familias entraban en un conflicto y una de ellas mataba a un miembro de la otra, los damnificados tenían derecho a cobrarse esa vida, pero luego se invertían los tantos. Así, la cosa terminaba cuando ya no había qué matar o alguna de las familias, por amor a sus últimos miembros, decidía no cobrar venganza (Estas cadenas de violencia también las vemos reflejadas en la conocida Ley del Talión: si robás, te corto las manos. Si matás, te quito la vida).

Sabemos que a los fines realistas lo de la otra mejilla es quizás un idealismo, pero si lo analizamos con cuidado, veremos que realmente no hay otra manera de detener una cadena de violencia, mucho más improbable es encontrar de dónde brota el primer golpe, aunque cuesta bastante menos reprochar y condenar al semejante.

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