Ni todo oficialismo es fundamentalista, ni toda oposición es golpista. En lo que hace a las dos gestiones K, parece que estamos ante un verdadero problema de “criterios”, de marcos de referencias a partir de los cuales pensar, juzgar, analizar, discutir.
El desafío es el de construir una realidad desafectada de los intereses de las partes, de las chicanas y de la parcialización radical de lo mostrable. El escenario es el de la polémica, cuya significación es la clásica, pues “polémica” deriva de “polemos”, “guerra”. Una guerra -desde el filósofo Hegel a esta parte a nadie sorprenderá esta opinión- toma forma como un intento –más o menos brutal- por negar y aniquilar la diferencia, lo diferente.
Lamentablemente, construir una realidad desafectada de intereses resulta imposible. No sólo porque damos forma a gran parte de nuestro entorno a través de las parcialidades mediáticas, sino porque nosotros mismos deberíamos ubicarnos, para interpretar, del lado de algún interés. En este sentido, también es imposible desinteresarse, incluso desde la posición más escéptica de las posibles.
Lo cierto es que nos encontramos en un embrollo que advierte de la tentación de emitir opiniones apresuradamente. Cuando pienso en este gobierno, un tanto confundido, me siento inclinado a criticarlo tanto como a reconocerle algunos pasos históricos. Que la derecha argentina esté tan susceptible, que muestre su rostro despiadado a la luz del medio día, con tanta impunidad, como nunca antes, es una señal muy clara de que algo está cambiando en Argentina.
Muchas veces me pregunté por qué habíamos padecido un proceso como el de la década del 70. No podemos decir que nos fue impuesto por un demonio exterior, y aunque cierto afuera pudiera haber decidido algo en la historia, es ingenuo, o hipócrita, seguir responsabilizando a otros por lo que nos ocurrió.
Pero en lo que va del año me ha resultado muy evidente cuánto de verdad hay en esto que solemos afirmar con cierto despecho: los argentinos tenemos dentro un enano fascista. Opiniones, sentencias, reproches, acusaciones de toda calaña circulan por los medios como emblema de un sector que se siente muy inquieto con algunas decisiones, como si ya no importara mantener las formas, opinar lo políticamente correcto, como si por alguna razón cósmica ya no tuviera significado mantenerse en nuestro famoso cinismo, lo que implica un progreso hacia la aceptación de nuestra mugre, pero también una decadencia cultural y social, representada por la actualización de mentalidades de tipo medieval.
Del lado del gobierno, una actitud prepotente y un largo resentimiento histórico, al menos en la verba. Decisiones como las del campo merecían un diálogo abierto con todos los sectores. El campo no es el del siglo XVIII, hoy suman pequeños agrarios y sectores empresariales diversos, eso es evidente, pero: ¿podemos desconocer el papel que ha jugado este claustro en las desestabilizaciones de los gobiernos democráticos. Las fracciones más conservadoras del campo y la iglesia argentina han sido siempre un obstáculo al cambio de rumbo.
Los intereses buscan consenso, mas lo único realmente en juego es el conjunto, que no se beneficia, nunca se benefició y nunca se beneficiará, de las parcialidades.
Argentina necesita políticas a largo plazo. No se construye un país a base de una liquidez momentánea a partir de la cual pagar la energía o mantener los subsidios. Argentina necesita generar VALOR en forma de salud, educación e infraestructura. Un país con Valor en un país capaz de enfretar cualquier crisis (la del agua, la inseguridad, la pobreza); un país líquido, más tarde o más temprano, se va por la alcantarilla.
¿Será posible mantener decisiones en el tiempo más allá de quién gobierne?
El desafío de hoy es la pobreza, la pobreza material, cultural, espiritual. Es tan pobre el tipo de la villa como la señora Mirtha Le Grand. Cada uno de nosotros padece y practica algún tipo de indigencia. Argentina necesita políticas de conciliación a largo plazo, iniciativas no separatistas que busquen resolver la falta de valor (valor económico, social, cultural, espiritual…). Ese debería ser el marco a partir del cual intentar una idea de realidad, de porvenir, una realidad menos parcial que la que se esfuerzan por imponer mediante una guerra interna.